
¿Cómo te juzgo si la subjetividad me corrompe?
¿Cómo te odio si el amor me amansa?
¿Cómo te olvido si la verdad es que no quiero?
¿Cómo te llamo cobarde si no te apareces?
¿Cómo te hiero si no tengo corazón?
¿Cómo te busco si haces que me aleje?
¿Cómo te entrego si no te me han devuelto?
¿Cómo me abrigo si la soledad es invierno?
¿Cómo me castigo si ya no puedo?
¿Cómo sigo si en verdad no lo deseo?
¿Cómo te odio si el amor me amansa?
¿Cómo te olvido si la verdad es que no quiero?
¿Cómo te llamo cobarde si no te apareces?
¿Cómo te hiero si no tengo corazón?
¿Cómo te busco si haces que me aleje?
¿Cómo te entrego si no te me han devuelto?
¿Cómo me abrigo si la soledad es invierno?
¿Cómo me castigo si ya no puedo?
¿Cómo sigo si en verdad no lo deseo?

En el camino largo, terroso y arbolado al joven se le hizo la noche, cegándole la mirada, el camino esta vez era oscuro, casi sin visibilidad y descartó el detenerse. Prosiguió su viaje a caballo sin saber dónde iba, a veces lo guiaban las luciérnagas, a veces las estrellas, pero de la luna nada. Si, claro que sintió temor, no veía nada, o sea, en cualquier momento se caía o lo golpeaba una rama sobresaliente.